La cosa es buscar responsables, y siempre es más facil encontrarlos en un lugar que no sea dentro de la maquina no-mecánica. Es más dificil culparse a sí mismo sin encontrar que hay una terrible pulsión de muerte que nos guía hacía nuestra propia negación. Te preguntarás por qué digo esto, y la respuesta es sencilla: prefiero pensar que mi mundo se construye positivamente hacia afuera, y que en el proceso de esa exteriorización me libro de cualquier negatividad interna.
Pero el culpar y ser culpado no proviene simplemente de la pena (me atrevo a decir que el azar no tiene mucho que ver), sino que viene del determinismo absoluto del mundo y de nuestro papel en él: no tiene mucho sentido culpar a alguien si no pensamos que hay algun mecanismo causal que nos permita identificar, al inicio de esa linea, a alguien o algo que sea el/lo causante de todo esto que acontece. Se me puede objetar: "¿Y entonces donde queda la libertad?" A lo que respondo tajantemente: No hay libertad. Asi de sencillo. De paso culpo a Dios de todo esto (Naturaleza, Yavé, Alá, o el que más te funcione). Y hermano mio, porfavor que esto no te sorprenda, porque aqui ninguno de los dos es culpable de nada; hemos estado de acuerdo con nuestras muy particulares naturalezas: haciendo en nuestras trincheras lo que más nos apasiona, lanzando abrazos y gritos lejanos y esperando a que por azares del destino (azar que no es azar en lo absoluto) le lleguen al otro; de lo único que somos culpables es de atrincherarnos en nuestros cálidos capullos. Y lo que sucede aquí es mas bien curioso, y se parece a algo asi como un telefono descompuesto: ¿qué tan cálido es un abrazo de e-mail? ¿cómo se siente que te mire una ambigua fotografía de años atras? ¿y los labios...? mejor no hablemos de los labios.
No hay libertad, y no hay problema con eso, porque estamos destinados simplemente a ser concientes de nuestras determinaciones y a seguirlas lo más honestamente posible. Entonces: ¿De que va todo esto? Pues justo de eso: de probar los límites de nuestras trincheras, de hacer concientes nuestras propias determinaciones, de culpar a otro o a sí mismo, de objetar ante el absoluto nuestra incapacidad para tomar la desición de materializarnos simultaneamente en algun lugar de esta gran urbe, de contar uno que otro sueño, de engañar a la memoria y de tergiversarla, de mirarse al espejo y reconocer al otro, ese otro que se esconde desde dentro...
Pero el culpar y ser culpado no proviene simplemente de la pena (me atrevo a decir que el azar no tiene mucho que ver), sino que viene del determinismo absoluto del mundo y de nuestro papel en él: no tiene mucho sentido culpar a alguien si no pensamos que hay algun mecanismo causal que nos permita identificar, al inicio de esa linea, a alguien o algo que sea el/lo causante de todo esto que acontece. Se me puede objetar: "¿Y entonces donde queda la libertad?" A lo que respondo tajantemente: No hay libertad. Asi de sencillo. De paso culpo a Dios de todo esto (Naturaleza, Yavé, Alá, o el que más te funcione). Y hermano mio, porfavor que esto no te sorprenda, porque aqui ninguno de los dos es culpable de nada; hemos estado de acuerdo con nuestras muy particulares naturalezas: haciendo en nuestras trincheras lo que más nos apasiona, lanzando abrazos y gritos lejanos y esperando a que por azares del destino (azar que no es azar en lo absoluto) le lleguen al otro; de lo único que somos culpables es de atrincherarnos en nuestros cálidos capullos. Y lo que sucede aquí es mas bien curioso, y se parece a algo asi como un telefono descompuesto: ¿qué tan cálido es un abrazo de e-mail? ¿cómo se siente que te mire una ambigua fotografía de años atras? ¿y los labios...? mejor no hablemos de los labios.
No hay libertad, y no hay problema con eso, porque estamos destinados simplemente a ser concientes de nuestras determinaciones y a seguirlas lo más honestamente posible. Entonces: ¿De que va todo esto? Pues justo de eso: de probar los límites de nuestras trincheras, de hacer concientes nuestras propias determinaciones, de culpar a otro o a sí mismo, de objetar ante el absoluto nuestra incapacidad para tomar la desición de materializarnos simultaneamente en algun lugar de esta gran urbe, de contar uno que otro sueño, de engañar a la memoria y de tergiversarla, de mirarse al espejo y reconocer al otro, ese otro que se esconde desde dentro...
Pero no me hagas mucho caso, en realidad los domingos tengo un ánimo particularmente determinista...
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